Aloe vera, aloe de vida
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Miles de años avalan la utilización del aloe vera por sus propiedades beneficiosas para la salud y aún no se ha descubierto todo su potencial.
La primera referencia escrita que se conoce de las propiedades medicinales del aloe corresponde a unas tablillas de arcilla de la civilización mesopotámica en el s. XVIII a.C. que describen sus virtudes como laxante.
Trescientos años después podemos encontrar referencia en el Libro de los Remedios, un tratado egipcio de medicina del s.XV a.C. donde se detallan preparaciones a base de aloe para la cura de afecciones cutáneas, dolores de cabeza y como laxante. Se cree que se empleaba también en el proceso de embalsamamiento de ahí que se la considerara la planta de la inmortalidad y se plantara alrededor de las pirámides.
En el mundo clásico occidental se describe con detalle la eficacia del aloe como laxante y para tratar contusiones y heridas en el libro De Materia Médica, del griego Dióscores en el s. I d.C. referente en medicina botánica y en la Historia Natural del escritor romano Plinio El viejo se le añaden otros usos terapéuticos como eliminar el exceso de sudoración o el tratamiento de úlceras, también en el s.I d.C.Probablemente ambos recopilaron lo que se conocía hasta esa época del aloe, sobre todo procedente de Egipto.
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A partir del s.VI el aloe era de uso común en India, Tibet, Sumatra, utilizándose en la medicina ayurvédica que trata de purificar el cuerpo y equilibrar mente, cuerpo y espíritu.
En China, los registros sobre las propiedades del aloe que se conoce parten del s. VII y lo describen como de alta eficacia para el tratamiento de sinusitis y parasitosis, además de sus aplicaciones dermatológicas.
En África los indígenas utilizaban el gel de aloe para lavarse, protegiendo la piel de las radiaciones ultravioletas y previniendo el envejecimiento. Además durante la caza la piel impregnada de gel evitaba las picaduras de insectos y curaba rápidamente las pequeñas heridas.
En América la planta de aloe tenía una gran valor en los ritos religiosos de numerosos pueblos de Méjico, principalmente de la civilización maya, que le atribuían efectos protectores y mágicos. Cristobal Colón lo menciona varias veces en sus cuadernos de bitácora y tras el descubrimiento de América serán los jesuitas los que se encargan de extender su utilización con fines médicos.
El término aloe deriva de la palabra árabe alloeh, “sustancia amarga y brillante”
ya que serán los árabes los que con posterioridad dominen la elaboración de extractos comerciales de la planta y extiendan su uso en forma de polvo por todo el mundo grecorromano, llegando hasta India y China.
Durante la edad media su plantación se extendió en el arco mediterráneo como consecuencia de la invasión árabe de la península ibérica, pero sin embargo al llegar el renacimiento cayó en desuso excepto por su propiedades purgantes, probablemente porque en el norte de Europa no se daba su cultivo y solo llegaba en forma de polvo muy degradado.
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Será ya en la década de los 30 del siglo XX cuando el aloe se rescate del olvido gracias a los estudios de los doctores Collins y Wright en Estados Unidos que empezaron a comprobar su eficacia para el tratamiento de las quemaduras producidas por los rayos X.
A partir de ese momento empiezan a publicarse otros trabajos de investigación sobre su potencial como bactericida o para el tratamiento de úlceras gástricas en los años 60 y 70 en Estados Unidos aunque será la URSS durante el régimen comunista la que realice el mayor número de investigaciones destacando la del Dr. Filatov sobre el aloe bioestimulado.
A día de hoy el aloe vera experimenta una época dorada gracias al interés constante por las terapias y productos naturales y a la gran profusión de productos de que dispone el consumidor cuyo componente principal es el gel o jugo de aloe vera.
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